COMPETENCIAS PROFESIONALES DE LOS ORIENTADORES
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Martínez y Echeverría (2009) señalan que, como consecuencia de los constantes cambios, las competencias demandadas por los profesionales son aquellas que constituyen el aprendizaje a lo largo de toda la vida, por lo que estos autores agrupan las competencias en saber, saber hacer, hacer estar y saber ser y estas, a su vez, se clasifican en saber y sabor.
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De esta forma, Martínez y Echeverría (2009) hacen referencia al concepto de Competencia de Acción Profesional, a partir de ahora CAP, entendiendo esta como la capacidad de desarrollar eficazmente una acción o actividad, aplicando los conocimientos, habilidades y destrezas con la finalidad de alcanzar los objetivos.
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La CAP estaría integrada por el saber (competencia técnica y competencia metodológica) y el sabor (competencia participativa y competencia personal). Lo que supone un aprendizaje permanente a través de la actualización, profundización y el enriquecimiento de nuevas competencias y conocimientos.

METÁFORA DE LA SUPERPOSICIÓN DE LA FIGURA DEL HOMBRE Y EL CRECIMIENTO DE UN ÁRBOL
La sociedad sometida a continuos cambios ha afectado al desarrollo del ámbito tecnológico, económico y social y, consecuentemente, ha generado una transformación de los mismos, junto a la necesidad de introducir nuevos conocimientos, nuevos medios, nuevas metodologías y nuevas formas sociales. Es por ello que se ha hecho necesario un replanteamiento de las cualificaciones profesionales, así como de los perfiles, traduciéndose en el concepto que todos conocemos como competencias. Así como establece Echeverría (2000, 2001, 2008a) en la demostración del reloj de arenas movedizas, todo profesional debe de adquirir un aprendizaje a lo largo de su vida (lifelong learning o aprendizaje permanente), con el que el profesional irá formándose y consiguiendo conocimientos que derivarán en competencias profesionales.​
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Ahora bien, prestando atención en la figura del orientador como profesional, hemos querido plasmar en una superposición de dos elementos (el hombre como persona y el árbol como proceso) dos metáforas que darán sentido a lo largo de nuestra exposición a la figura del orientador.
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Por una parte, y partiendo de una visión holística del mismo, se elige la obra de Leonardo Da Vinci “El hombre de Vitruvio”, donde se plasman las proporciones ideales del cuerpo humano y, por lo tanto, que mejor representa el aspecto más humano y personal del orientador, plasmándose así, un hombre configurado con unos conocimientos, actitudes, aptitudes, valores...
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De esta manera, la figura del orientador deberá estar en continuo aprendizaje, desarrollando al mismo tiempo competencias técnicas, metodológicas, participativas y personales y, todo ello, desde una perspectiva integradora y dinámica. Integradora porque este profesional no sólo va a necesitar para su desarrollo conocimientos técnicos, sino también aspectos metodológicos, participativos y personales, recordando así la visión holística del orientador como figura profesional. Y dinámica, porque es importante resaltar que todas esas competencias las irá desarrollando a lo largo y ancho de su trayectoria profesional.
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Prestando atención a estas competencias, se parte de una primera clasificación que ya hacían Martínez y Echeverría (2009) pero estableciendo una estructura un poco más personal de las mismas, de manera que, teniendo en cuenta la metáfora del árbol, podemos comenzar por las raíces del árbol, representadas al mismo tiempo como las propias piernas del hombre donde situamos la competencia del “saber estar”. Como ejemplo de esta competencia podemos mencionar las siguientes: informarse, enriquecerse, actualizarse, profundizarse, adaptarse, cooperar con los demás y trabajar en grupo. Todas estas competencias hacen referencia a su vez a una competencia participativa.
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Si avanzamos hacia arriba, podemos apreciar el tronco del ser humano como el propio tronco
del árbol, superponiéndose ambas figuras en una sola y quedando representadas en el corazón
del hombre las competencias del “saber ser”. Aquí hacemos mención al aspecto más personal
del ser humano, como son emociones, empatía, escucha activa, habilidades sociales del orientador,
autoconocimiento, seguridad en sí mismo, priorización, toma de decisiones, asunción de
responsabilidades, etc.
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Estos dos grupos de competencias que hemos diferenciado anteriormente son denominados SABOR, según las aportaciones de Martínez y Echeverría (2009). Estos autores ponen especial atención en las competencias de saber estar y saber ser, de ahí que las situemos en la parte baja del árbol porque son fundamentales para entenderlas dentro del desarrollo profesional del orientador.
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Continuando con el recorrido del árbol y por el cuerpo del hombre, nos situaremos en esta ocasión en los brazos, como se puede ver, los brazos y las manos se alargan llegando a convertirse en ramas, de ahí que de nuevo se pueda ver esa superposición de ambas imágenes, permitiendo entender el “saber hacer”, asociando las extremidades superiores con la acción. De ahí que un profesional de la orientación debe poseer competencias actitudinales como saber actuar, saber aplicar los conocimientos y métodos a situaciones laborales, solucionar problemas de forma autónoma y transferir las experiencias adquiridas a situaciones nuevas. En síntesis, estas competencias hacen referencia a una competencia más metodológica.
Llegando casi al final del recorrido que comenzamos a lo largo del árbol y, por tanto, también del cuerpo humano, nos situaremos en la cabeza, donde podemos localizar aquellas otras competencias más técnicas que provienen de la cognición, de ahí que las hayamos asociado con la cabeza del hombre, definiéndose como competencias del “saber”. De estas competencias con carácter cognitivo destacamos la capacidad de planificar, el saber tomar decisiones, saber explorar, entre otras.
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Martínez y Echeverría (2009) señalan que las competencias agrupadas en el saber y el saber hacer se denominan SABER, entendiendo el conocimiento y la aplicación de los mismos como un aspecto fundamental y esencial para el desarrollo de cualquier actividad o acción de carácter socio-laboral, de ahí su localización en la cabeza (conocimientos) y en los brazos (actuación y aplicación).
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Por último, y llegando a la copa del árbol encontramos todo el conjunto de competencias que hemos ido mencionando, entendiendo ese conjunto desde una visión integradora, dinámica e interrelacionada. Asimismo, todas ellas que aparecen recogidas en esa copa del árbol también se pueden recoger en un solo concepto que nos mencionan Martínez y Echeverría (2009): “la Competencia de Acción Profesional” (CAP). De este modo, cuando la persona integra la Competencia de Acción Profesional en su desarrollo profesional podemos deducir que le garantizará su propio éxito profesional, representándose, así como el fruto de su práctica profesional, de ahí que lo plasmemos a través de manzanas, siendo ésta la simbología del resultado alcanzado por el propio hombre, o lo que es lo mismo, por el orientador.
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Como conclusión, se puede decir que para que un profesional de la orientación pueda desempeñar eficientemente su labor es necesario integrar el SABER y el SABOR, o lo que es lo mismo, integrar las competencias técnicas y metodológicas (competencias más específicas) con aquellas competencias transversales o macro competencias aplicables a diversos contextos, como la competencia participativa y personal.
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